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    martes, mayo 31, 2005  

    A ver ahora... se leerían algo de Herodoto... a ver si se entusiasman...




    Este monarca perdió la corona y la vida por un capricho singular. Enamorado sobremanera de su esposa, y creyendo poseer la mujer mas hermosa del mundo, tomo una resolución a la verdad bien impertinente. Tenía entre sus guardias un privado de toda su confianza llamado Gyges, hijo de Dáscylo, con quien solía comunicar los negocios más serios de Estado. Un día, muy de propósito se puso a encarecerle y levantar hasta las estrellas la belleza extrema de su mujer, y no paso mucho tiempo sin que el apasionado Candaules –como que estaba decretada por el cielo su fatal ruina- hablase otra vez a Gyges en estos términos: “veo, amigo, que por mas que te lo pondero, no quedas bien persuadido de cuan hermosa es mi mujer y conozco que entre los hombres se da menos crédito a los oídos que a los ojos. Pues bien, yo haré de modo que ella se presente a tu vista con todas sus gracias, tal como Dios la hizo” Al oír esto Gyges, exclama lleno de sorpresa: “que discurso, señor es este, tan poco cuerdo y tan desacertado? ¿me mandareis que ponga los ojos en mi soberana? No señor, que la mujer que se despoja una vez de su vestido, se despoja con el de su recato y de su honor. Y bien sabes que entre las leyes que introdujo el decoro público, y por las cuales nos debemos conducir, hay una que prescribe que, contento cada uno con lo suyo, no ponga los ojos en lo ajeno. Creo firmemente que la Reina es tan perfecta como la pintáis, la mas hermosa del mundo, y yo os pido encarecidamente que no exijáis de mi una cosa tan fuera de razón. Con tales expresiones se resistía Gyges, horrorizado de las consecuencias que el asunto pudiera tener, pero Candaules replicole así: “Anímate, amigo, y de nadie tengas recelo. No imagines que yo trate de hacer prueba de tu fidelidad y buena correspondencia, ni tampoco temas que mi mujer pueda causarte daño alguno, porque yo lo dispondré todo de manera que ni aun ella sospeche haber sido vista por ti. Yo mismo te llevaré al cuarto en que dormimos, te ocultare detrás de la puerta que estará abierta. No tardara mi mujer en venir a desnudarse, y en una gran silla, que hay inmediata a la puerta ira poniendo uno por uno sus vestidos, dandote entre tanto lugar para que la mires muy despacio y a toda tu satisfacción. Luego que ella desde su asiento volviéndote las espaldas se venga conmigo a la cama, podrás tu escaparte silenciosamente y sin que te vea salir. Viendo, pues, Gyges que ya no podía huir del precepto, se mostró pronto a obedecer. Cuando Candaules juzga que ya es hora de irse a dormir, lleva consigo a Gyges a su mismo cuarto, y bien presto comparece la reina. Gyges, al mismo tiempo que ella entra y cuando va dejando después despacio sus vestidos, la contempla y la admira, hasta que vueltas las espaldas redirige hacia la cama. Entonces se sale fuera, pero no tan a escondidas que ella no le eche de ver. Instruida de lo ejecutado por su marido, reprime la voz sin mostrarse avergonzada, y hace como que no repara en ello; pero se resuelve desde el momento mismo a vengarse de Candaules, porque no solamente entre los Lydios, sino entre casi todos los Bárbaros, se tiene por grande infamia el que un hombre se deje ver desnudo, cuanto más una mujer. Entretanto, pues, sin darse por entendida estuvosé toda la noche quieta y sosegada; pero al amanecer del otro día, previniendo a ciertos criados, que sabia eran los mas leales y adictos a su persona, hizo llamar a Gyges, el cual vino inmediatamente sin la menor sospecha de que la Reina hubiese descubierto nada de cuanto la noche antes había pasado, porque bien a menudo solia presentarse siendo llamado por orden suya, Luego que llego, le hablo de esta manera: “no hay remedio, Gyges; es preciso que escojas, en los dos partidos que voy proponerte. Una de dos: o me has de recibir por tu mujer, y apoderarte del imperio de los Lydios, dando muerte a Candaules, o será preciso que aquí mismo mueras al momento, no sea que en lo sucesivo le obedezcas ciegamente y vuelvas a contemplar lo que no te es lícito ver. No hay más alternativa que esta; es forzoso que muera quien tal ordeno, o aquel que, violando la majestad y el decoro, puso en mí los ojos estando desnuda” Atónito Gyges, estuvo largo rato sin responder, y luego le suplico del modo mas enérgico que no quisiese obligarle por la fuerza a escoger ninguno de los dos extremos. Pero viendo que era imposible disuadirla, y que se hallaba realmente en el terrible trance o de dar muerte o de recibirla el mismo, quiso matar que morir, y le pregunto de nuevo: “Decidme, señora, ya que me obligáis contra toda mi voluntad a dar muerte ¿cómo?. Le responde ella, “en el mismo sitio que me prostituyo desnuda a tus ojos, alli quiero que le sorprendas dormido.

       [ Escrito por Ismael de Andrea a las 1:53 p. m. ] [ ]


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