Exactamente hace diez años me encontraba en la escollera Sarandí, Montevideo, estaba leyendo un libro de Eduardo Galeano, un ensayo de corte político. Hacía diez días que me encontraba en Montevideo. Eduardo había sido amigo de mi padre en los años de la durísima represion militar que asoló con la vida de 30.000 argentinos, toda una generación cegada en pos de un proyecto político que terminó a fines de la decada de los ´90. Jamás tuve contacto con Eduardo, ni conocí a mi padre. Eduardo nos había facilitado la entrada de nuestro largo exilio en Roma.
Así estaba aquel día. Leyendo un libro de Eduardo a poco menos de 20 años de haber desparecido mi padre. Era un hermoso dia de sol de un invierno suave. El Río de la Plata, algunos barcos, y más allá, Buenos Aires acostada como un monstruo al sol. No se la puede ver desde Montevideo, pero se la intuye, se la siente. Al girar mi rostro, puedo distinguir la figura alta de Eduardo, que caminaba tranquilo observandome, reconociendo en mi rostro otro, casi olvidado. No esperé su palabra, pegue un salto, y dije: "que tal, cómo te va, soy el hijo de L.A.M." "Te invito a almorzar" dijo, sin dejar que ninguna emosion lo delatara. Eran aproximadamente las 15.00, y hablamos, y hablamos, lloré, lloró, por los codos, lloramos con las manos, los hombros con los ojos, lloramos llorando, lloramos riendo, lloramos hablando, lloramos las utopías, lloramos los sueños, los encuentros, los desencuentros, lloramos los silencios. Lloramos América. Y asi pasó la tarde, y vino la noche, y despues el vino del encuentro, del encuentro de mi padre con Eduardo, del mío con Eduardo, el vino rojo de mi encuentro con el padre perdido.
Esto sucedio el 8 de junio de 1995.
El 9 de junio, tenia que celebrar mi nacimiento. Y lo hice riendo. Riendo a carcajadas.