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    jueves, marzo 03, 2005  

    Cena en el lado oscuro de la luna.


    Son las 8 de la noche –la ciudad me ha devorado nuevamente-, tranquilo me dirijo a la cocina y dejo las verduras. 1kg de cebollas, un morrón verde, uno rojo y uno amarillo, un manojo de cebollita de verdeo, ½ kg de champiñones, dos pechugas de pollo sin piel, ½ de brotes de soja, jengibre, y algunas especies. La ciudad me ha devorado innumerables veces y tantas otras he renacido, sólo para repetir el ciclo, por eso es que durante tantos años busqué llegar a casa, llegar... ¿cuantas fronteras tuve que atravesar para llegar a casa? Anoche me aseguré de tener jerez, pimienta negra en granos y salsa de soja. Abro una botella de un Fond de Cave Cabernet Sauvignon, y lentamente huelo ese aroma de frutas rojas que estallan sobre el sabor del roble añoso. La banda toca “Us and Them” del disco “the dark side of the moon” subo el volumen en este tema, tan alto que vibran los vidrios. Paladeo el vino. Corto las cebollas y en cada lágrima que me cae veo las diferentes instancias en las que el devenir me colocó y el precio que pagué por llegar hasta aquí, momentos y momentos en los que tuve que arriar el viento sobre el lado oscuro de la luna. Mezclo las cebollas cortadas con un poco de ajo y menos de jengibre, con una cucharada de aceite, y en el wok les doy un golpe de fuego y las aparto. Siempre descansé con los colores claros así que disfruto de ir cortando en dados las pechugas que durante media hora estuvieron marinadas con el jerez, otro golpe de fuego para sellar el sabor, aparto y vuelvo a poner en el wok las verduras para que se vayan cocinando, ahora, a fuego lento. Me distraigo... Gilmour, canta la letra de Waters con una cadencia que hace que se amontonen un sin fin de recuerdos, mezclados, sin orden, sin jerarquías, elijo uno y lo examino... ¿cuantas veces el fuego me selló? Y cuanta energía tuve que empeñar para que mi cuerpo gire a la intemperie sin temor, abierto a lo que sea por el solo placer de ser valiente y decir “las cosas fueron porque yo quise que así fueran”. Hasta que supe que algo se había adueñado de mi, algo extremadamente poderoso, irónico y rebelde. Las cebollas, el ajo, el jengibre, algunas especias, los morrones cortados en juliana, el manojo cortado en pequeños trozos de la cebollita de verdeo, algo de salsa de soja, un poco de pimienta, los dados de pechuga y los champignones, todo eso esta cocinándose en el wok. Tercera copa de vino, mejor que las anteriores. Siento que un millón de ojos me observan, son los ojos de los que ya no están, de los que se fueron, de los que eligieron quedarse, de los que murieron, de los que me juzgaron, de los que se cruzaron con los míos por un instante y se me olvidaron que estuvieron, de los que se metieron adentro, bien adentro, los ojos de la mujer que amo, de los que odie en secreto y mordí en las sombras. Me distraigo nuevamente, ya no hay música y el aroma que se desprende del wok es encantador, como este silencio. Tanto color, tanto silencio, me alegran esta noche que aun no es. Es hora de poner los brotes de soja y de terminar la copa que cambié por el cigarrillo. Adorno el plato con una ramita de romero y sirvo. Observo la cocina, rápidamente voy al living y lo recorro, veo las bibliotecas, los discos, el cuadro de Carlos inspirado en Prevert. Vuelvo al plato y a la copa. Y me digo casi con emoción “Todo esta bien”. No puedo creer que después de catorce años, es decir, desde los dieciocho a los treinta y dos, después de tantas fronteras cruzadas, de haber arrojado por la ventana tantos límites, haya aprendido a cocinar.

       [ Escrito por Ismael de Andrea a las 3:13 p. m. ] [ ]


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